Escribir como terapia



Sí, suena feo, a mis colegas escritores posiblemente no les guste que se hable de la escritura como una terapia; como si fuera un curso de relajación, de meditación, de yoga, de fitness o de zumba. La escritura para muchos es un arte, un oficio, una profesión, una religión, pero no una terapia.

Hace algunos años, como ya lo he mencionado en otros artículos, leí un ensayo del escritor de ciencia ficción Ray Bradbury “Zen en el arte de escribir”, donde él aconsejaba escribir para disminuir o apaciguar ciertos dolores del alma como pérdidas de seres queridos, fracasos, etc. Incluso, el mismo Bradbury se disculpaba por utilizar la palabra “terapia” en su ensayo.

Yo creo que la escritura le puede ayudar a muchas personas a sobrellevar momentos dolorosos, a desahogarse, a hacer catarsis. Es cierto, la escritura ha sido asumida por muchos artistas como un culto, como algo que no es banal y esto incluye no tomarla como una terapia, ya que suena como a consultorio médico.

Yo no soy tan estricto; creo que si bien muchos escritores viven de este arte, y es realmente un oficio serio para asumirlo como una profesión, la escritura también puede ser tomada como una actividad lúdica que le permite a un ser común y corriente afrontar problemas cotidianos de una manera más ligera.

Los escritores –algunos, no todos afortunadamente- tratan de alejar al vulgo de esta actividad. Señalan al oficio como algo difícil, complejo, aparatoso; como una actividad a la cual solo pueden llegar algunos elegidos de los dioses. Obviamente, ellos defienden a su gremio, por motivos profesionales, sociales, e incluso por razones económicas: el pastel no es muy grande y no quieren repartirlo entre más gente.

Sin embargo, yo le hablo a las personas comunes corrientes, no a quienes añoran convertirse en escritores profesionales, en los futuros García Márquez o Vargas Llosa; no, yo le hablo al ama de casa, al estudiante, al oficinista, al obrero de construcción, a la secretaria, al policía, al niño, o a cualquier persona que tenga la necesidad de escribir.

No todo el mundo quiere escribir novelas, o poemas, o cuentos, o ensayos, u obras de teatro, o tratados de filosofía extensos; no, hay gente que solo quiere llevar un diario de su vida, o simplemente escribir reflexiones livianas sobre problemas cotidianos. Otros solo desean escribir por escribir, ya sea ficción, crónica, o algún género literario indefinido.

La escritura profesional requiere de una dialéctica más elaborada. Si no, lean el libro “El escritor y sus fantasmas” de Ernesto Sabato. La escritura como oficio no es solo sentarse y mascar chicle. Es una actividad de un alto contenido espiritual, filosófico, anímico, y mental. Es toda una visión de la vida, de la muerte, del tiempo, del espacio, del hombre, del Universo, de la existencia. Eso sí es todo un complique.

Pero, no creo que la escritura exista solo para los escritores profesionales, para los literatos, para los pensadores, para los filósofos. La escritura es una actividad humana que debe ser accesible a todo el mundo. Escribir es un placer, igual que la lectura; sin embargo, en los colegios y universidades se toma como un deber, como una obligación, y desafortunadamente la escritura ha seguido el mismo camino de su hermana la lectura: se han convertido en suplicios para estudiantes.

La gente común y corriente debería escribir más; eso sí, si tiene un anhelo extremo de hacerlo, no debería auto-obligarse. ¿Escribir sobre qué? Sobre lo que se le dé la gana; sobre su vida, sobre sus preocupaciones, sobre sus anhelos, sobre sus deseos, sobre lo que se le pase por la cabeza. Así de simple. No es necesario que al primer intento salga con una novela, con un cuento, o con un poema. Puede ser una simple narración de su vida, o una cavilación sobre problemas del día a día.

El que quiera incursionar en la ficción también es bien recibido. La ficción es imaginación en movimiento, es crear mundos imaginarios, personajes que solo viven en la mente de su creador, escenarios fantásticos. La ficción es atrayente, es una especie de escapismo. A los escritores que se dedican a la ficción tampoco les gusta que se vea esta como un simple escapismo; no, ellos quieren ver en la ficción una metáfora de la vida cotidiana, una reflexión de la realidad desde una perspectiva imaginaria. Sabato es muy estricto sobre este tema –o era muy estricto en vida-, para él, la novela era un estudio del problema del hombre, del drama del hombre en el Universo. Para Sabato, la ficción no era una simple jugarreta, o un escape lúdico.  

Sin descartar la posición de Sabato, creo que la ficción para quien no desea ser un escritor profesional, puede llegar a ser un buen escape de la cotidianidad. Estamos sujetos a los trancones (atascos de tráfico), a las filas en los bancos y en las entidades públicas, a la constante y cotidiana relación con el prójimo que a veces puede ser violenta o pacífica (depende del prójimo), a las deudas, a los criminales, a los políticos, a los mentirosos, a los estafadores, en fin, a la vida con todo lo ruda que es. La ficción puede ser un paliativo; en lugar de estar pensando en el pago de los recibos de la luz, del agua, del teléfono, se puede reflexionar por escrito en planetas lejanos inexistentes, en extraterrestres, en magos, en brujos, en hadas, en príncipes, en reyes y reinas, en ciudades de chocolate. ¿Por qué no? ¿Por qué restringir la ficción a la realidad degradada, o a la simple descripción de lo cotidiano desde lo literario? Posiblemente un ama de casa quiera inventarse un montón de cuentos sobre príncipes azules o dragones, ¿qué de malo hay en eso? Nada; ¿es malo o perverso el escapismo? ¿Por qué? Todos los días en nuestra propia mente nos ausentamos de la realidad para poder sobrevivir, como cuando nos hundimos en un pozo o en una piscina y tenemos que sacar la cabeza para respirar. Eso ocurre con la ficción, es como un respiro, como un tomar aire en medio de una realidad que debilita, que adormece, que sojuzga, que repele, que enferma.

Creo que los escritores profesionales también escriben como una terapia. Woody Allen –el cineasta- comentaba que él lo hacía para no volverse loco. Fernando Vallejo aseguraba que la escritura para él era un pasatiempo, para soportar la rutina de la vida. Otros escritores simplemente ejercen esta actividad como una necesidad física y psicológica. No pueden dejar de escribir. Hace algunos días vi la entrevista que le hicieron a un autor español; él decía que después de acabar una novela tenía que empezar otra o si no se desesperaba, que para soportar el guayabo o la resaca de haber finalizado un libro tenía que empezar con otro. En este caso, “un clavo saca otro clavo.”

En fin, escriban si tienen el deseo irrefrenable de hacerlo, no se coarten, no se inhiban, no les dé pena, háganlo, con libertad. No es necesario que escriban como Shakespeare o como García Márquez; escriban como ustedes lo saben hacer, así de simple; pueden escribir para sí mismos o para otros; si quieren publicar sus escritos en un blog háganlo, no les dé vergüenza, procedan. Si quieren dejar sus escritos para una consulta privada también es válido. Si quieren escribir y después destruir lo que escriban, es su decisión, nadie les va a reclamar por eso, salvo su propia conciencia. Escriban, pero también lean. Al leer, simultáneamente con la escritura, pueden descubrir nuevas vías de escape, nuevos métodos, nuevas estructuras. Pueden encontrar sus propias manías, sus propios vicios narrativos. Si  no quieren leer y solo quieren escribir, también, háganlo, procedan. Si no les gusta lo que escriben no se pongan a llorar, no se auto-torturen, no se flagelen. La escritura, como toda actividad humana, es susceptible de perfeccionarse, de aprenderse, de conocerse, de ampliarse; con el paso del tiempo podrán descubrir para qué sirven los signos de puntuación, las tildes, las mayúsculas, la ortografía en general, la gramática; verán que la escritura es como una sinfonía, con acordes, con sonidos graves y agudos, con silencios; la escritura tiene un ritmo, pero eso lo irán descubriendo ustedes mismos. La escritura es un placer, que necesita disciplina, que requiere de dialéctica, de reflexión. Pero no está reservada para una élite, o para un grupito de personas determinado; no, la escritura es una creación humana para el hombre en general, es universal, es global, es general, es un recurso al alcance de todos, para utilizarse con conciencia, con sentido común, con amor.



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